1 Corintios 9:25-26
“Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire.”
Hoy es mi cumpleaños. Cumplo 39 años en este mundo. 20 de los cuales los pasé apartado de Dios. En estos 19 años junto a Él he aprendido muchas cosas, la mayoría gracias a las historias y parábolas que se relacionan con lo que hago diariamente. Esa era justamente la idea de Jesús al revelar secretos del reino de Dios con imágenes de la vida diaria.
El año pasado corrí 21 kilómetros en una caminadora justo para el día de mi cumpleaños, este año se me descompuso hace algunos meses y no he podido tomarme el tiempo en mandarla a reparar... Y es que me encanta correr, siento que cuando estoy corriendo me desconecto un poco de las preocupaciones y tengo un tiempo para mi. Tiempo que aprovecho para hablar con Dios, para salir a disfrutar su creación. Un tiempo donde puedo meditar en dónde estaba antes de conocerlo, lo bendecido que soy al poder disfrutar cada día a mi familia. En ese tiempo donde recorro tantos kilómetros recuerdo los días más importantes de mi vida: El día que entregué mi vida a Cristo, el día que le propuse matrimonio a mi novia, a quien conozco desde los 16 años. Hace 20 años que nos hicimos novios y hace casi 10 que estamos casados. Lindos recuerdos vienen a mi mente, como el nacimiento de cada uno de mis hijos. También recuerdo con mucho alivio y agradecimiento el día que descartaron que un tumor que tenía mi esposa fuera maligno. También recuerdo el tiempo que pasé con personas muy amadas que ya no están.
El correr me relaja, me desestresa. Corro en promedio 100 kilómetros al mes, aunque he tenido meses de 160 kilómetros. Y esa disciplina y constancia me ha permitido entender ese pasaje que el apóstol Pablo le escribió a los Corintios. Aunque yo no compito para ganar una competencia, sí lo hago para cumplir metas personales. Aún así, la carrera del cristiano no es por algo que se acaba y se echa a perder. No es algo que termina en esta vida. La meta de un seguidor de Cristo es eterna, sublime, incorruptible, y lo vemos en el contexto del versículo de hoy: Evangelizar. Hablar de Cristo a las personas que no le conocen para que le conozcan y se vuelvan a Él. Y esa es una labor que tiene recompensas eternas. El alma de las personas está en juego. ¿Será esa nuestra meta de vida? Muchos cristianos soñamos con predicar en un púlpito, con tocar un instrumento, con tener a nuestro cargo algún ministerio. Está bien, todo eso es un vehículo… Pero, ¿Tenemos claro que el subirte a ese vehículo no es llegar al destino? Son cosas diferentes. La verdadera meta es ganar almas para Cristo. Ni siquiera para tu congregación o iglesia local. ¡El propósito es que una persona que no conozca del amor de Jesús, lo pueda experimentar y lo pueda amar por el resto de sus vidas!
Es una labor compleja, es una carrera complicada, ¿Pero sabes qué es lo mejor? Que no eres tú quien debe convencer. Esa es labor del Espíritu Santo. Nuestro trabajo en esta carrera es ir esparciendo la semilla. Alguna caerá entre piedras, otros serán comidas por animales, otras serán ahogadas por espinas… pero alguna caerá en tierra fértil y dará fruto al ciento por uno. Eso es lo que importa.
Antes disfrutaba llegar a la meta. Saber que todo mi entrenamiento había dado frutos y por fin había llegado. Ahora disfruto también del proceso. Cuando subo a esa caminadora, cuando estoy por comenzar un entreno, lo disfruto. Me pongo los audífonos, y somos sólo Dios y yo.
¿Estás dispuesto a empezar el entrenamiento de esta carrera de la fe?
P.D. Agradezco a Dios por mis 39 años. A pesar que estuve 20 años lejos de Él, sé que no querría volver atrás. Sé lo que es vivir lejos de Su Presencia y por eso quiero atesorar y seguir en la carrera de la fe. Todo lo que tengo y lo que soy es por Él.