Señor, tú sabes que yo amo a mis hijos. Los amo incluso cuando son traviesos, incluso cuando estoy de mal humor y irritable, incluso cuando me decepcionan, en especial cuando me decepcionan. Cuando percibo sus actos y palabras de rebelión contra ti, siento un temor que atormenta mi corazón. ¿Qué pasaría si llegaran a ser incrédulos? ¿Qué pasaría si de manera imprudente se apartaran de su fe?
Es por eso que me produce una emoción tan grande escuchar sus palabras de adoración y ver sus obras de fe. Es un inmenso placer sentarme con ellos en la iglesia y verlos participar. Me alegra mucho escuchar sus voces cuando cantan; me gusta comentar con ellos lo que han aprendido, cuando vamos de vuelta a casa. Comparto tu emoción el Domingo de Ramos (y el lunes siguiente) cuando veo y escucho a los niños adorando a su Dios: “De la boca de los niños y de los que aún maman, fundaste la fortaleza” (Salmo 8:2 y Mateo 21:16). Sus hosannas cuentan.
Tengo la esperanza de dejarles a mis hijos un legado, una herencia noble. Espero dejarles activos financieros cuando yo muera, para ayudarles a estabilizar sus finanzas. Espero haberles transmitido un legado moral, una manera decente y honorable de vivir. Espero haberles enseñado a amar a su país y a su comunidad. Pero por encima de todo, espero que mi fe en ti viva en sus corazones.
Día 23 del devocional "Aquí Estoy, Señor: Devociones del Ministerio Tiempo de Gracia"
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