Cada día de nuestras vidas necesitamos perdón. El Espíritu Santo pone en marcha la alarma en el ánimo de reconocer el pecado, y Él nos da el poder de la sangre de Jesús para limpiarnos continuamente del pecado y mantenernos en pie derecho con Él.
Pero si somos vencidos con ataques de culpabilidad y de condena, podemos estar seguros de que eso no es de Dios. Él envió a Jesús a morir por nosotros, para pagar el precio por nuestros pecados. Jesús cargó con nuestro pecado y la condenación en la cruz (Is 53).
Cuando Dios rompe el yugo del pecado de nosotros, Él quita la culpa también. Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad continuamente (ver 1 Juan 1:9).
El diablo sabe que la condena y la pena nos impiden acercarnos a Dios en oración para que podamos recibir el perdón y gozar de la comunión íntima con Él.
Sentirse mal con nosotros mismos o creer que Dios está enojado con nosotros sólo nos separa de Su presencia. Él nunca te dejará, por lo que no te alejes de Él a causa de la condenación. ¡Recibe el perdón y camina con Él!
Oración: Dios, gracias por enseñarme que la condena no es de Tí. Hoy en día, recibo tu perdón. Me has limpiado del pecado para que yo pueda vivir en buena relación contigo, siempre.
Amén
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