jueves, 23 de octubre de 2014

LEVANTO MIS MANOS... AUNQUE NO TENGA FUERZAS



Romanos 8:26

"Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles" 

¿Has visto cómo los niños alzan sus manos hacia sus madres, ansiosos por captar su atención? Eso me recuerda mis propios esfuerzos por llegar a Dios en oración.


La iglesia primitiva declaró que la obra de los ancianos es amar y orar. De estos dos, me parece que amar es lo más difícil y orar es lo más confuso. Nuestra debilidad radica en no saber exactamente por qué debemos orar. ¿Debemos orar para que los demás sean librados de sus tribulaciones —o para que dichas tribulaciones desaparezcan? ¿O debemos orar pidiendo valentía para continuar en medio de las dificultades que nos acosan o que desaparezcan?


Pero ante esta confusión que se da a veces, encuentro consuelo en las palabras de Pablo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Romanos 8:26). Aquí el apóstol usa un verbo que significa «ayudar uniéndose en una actividad o esfuerzo». El Espíritu de Dios se une al nuestro cuando oramos. Él intercede por nosotros «con gemidos indecibles». Él se conmueve con nuestras tribulaciones; a menudo suspira mientras ora. Se preocupa profundamente por nosotros —más de lo que nos preocupamos por nosotros mismos. Más aún, ora «conforme a la voluntad de Dios» (v. 27). Sabe cuáles son las palabras correctas que hay que decir.


Por lo tanto, no tengo que preocuparme por formular mi petición a la perfección. Sólo tengo que tener sed de Dios y alzar mis manos, sabiendo que a Él Le importa.


Como dijo aquel cantante: "Levanto mis manos... aunque no tenga fuerzas"


Al orar, es mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón.

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