martes, 6 de octubre de 2020

FUEGO POR COMPARTIR LA PALABRA


 

Jeremías 20:7-9

"¡Me sedujiste, Señor,

    y yo me dejé seducir!

Fuiste más fuerte que yo,

    y me venciste.

Todo el mundo se burla de mí;

    se ríen de mí todo el tiempo.

Cada vez que hablo, es para gritar:

    «¡Violencia! ¡Violencia!»

Por eso la palabra del Señor

    no deja de ser para mí

    un oprobio y una burla.

Si digo: «No me acordaré más de él,

    ni hablaré más en su nombre»,

entonces su palabra en mi interior

    se vuelve un fuego ardiente

    que me cala hasta los huesos.

He hecho todo lo posible por contenerla,

    pero ya no puedo más."


Jeremías lamentó que servir como mensajero de advertencia del Señor le había traído un insulto y un rechazo interminables (Jer 20:7-8). Sin embargo, no podía ocultar físicamente la noticia del juicio inminente de Dios; las palabras eran como un fuego furioso dentro de él (v. 9). No podía permanecer en silencio sobre la necesidad de Judá de arrepentirse y regresar al Señor, y la gente necesitaba relacionar la tragedia venidera con el castigo de Dios por su desobediencia y traición. Independientemente del maltrato resultante, Jeremías no tuvo más remedio que pronunciar las palabras que Dios puso en su corazón.


Cuando Juan el Bautista vio acercarse a Jesús, él, como Jeremías, se encontró incapaz de permanecer en silencio. Juan exclamó con gozo: "¡Mira, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Jn 1:29). De manera similar, la vida del apóstol Pablo fue tan radicalmente cambiada por Cristo que no pudo guardar el evangelio para sí mismo (Hch. 26:19-20). A lo largo de la historia, los verdaderos seguidores de Cristo han experimentado el mismo deseo imperioso: decirles a otros que Dios es real y que una relación con Él es posible a través de Jesús. Comunicar la necesidad que tiene una persona del Salvador incluye resaltar la realidad del pecado. Este mensaje puede resultar en maltrato cuando las personas orgullosas se resisten a la noción de su pecaminosidad. Sin embargo, las malas noticias sobre el pecado y las buenas noticias sobre la gracia a través de Jesús son demasiado importantes para que los cristianos las guarden para sí mismos.

Jesús, haz de tu Palabra un fuego en mi corazón. ¡Quiero compartir tu amor! Amén.


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