Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
martes, 4 de noviembre de 2014
ANGUSTIA
Marcos 14:33-34
"Y [Jesús] tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte"
Hace casi un mes un compañero de trabajo muy joven tuvo una complicación y lamentable e inexplicablemente falleció. Tenía poco más de 30 años y la noticia fue muy impactante para todos. Devastadora para la familia. Pasaron varios días y el clima era muy pesado. Y es que hay noticias y situaciones que parecen que no tienen consuelo...
Encuentro extrañamente consolador el hecho de que Jesús respondió de una manera muy parecida a la nuestra cuando enfrentó el dolor. Me consuela saber que Él lloró cuando Su amigo Lázaro murió (Juan 11:32-36). Eso me da una revelación asombrosa de cómo debió haberse sentido Dios con respecto a este compañero, a quien Él también amaba.
Y en el huerto la noche antes de Su crucifixión, Jesús no oró: «Oh, Señor, estoy tan agradecido de que me hayas escogido para sufrir en Tu nombre». No, Él experimentó dolor, temor, abandono, incluso desesperación. El libro de Hebreos nos dice que Jesús rogó «con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte» (5:7). Pero no fue salvado de la muerte física.
Es demasiado decir que Jesús mismo hizo la pregunta que nos angustia: ¿Le importa a Dios? ¿Qué otra cosa pueden significar Sus palabras en ese oscuro salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»? (Salmo 22:1; Marcos 15:34).
Jesús soportó Su dolor porque sabía que Su Padre es un Dios de amor en quien se puede confiar sin importar cómo se presenten las circunstancias. Demostró con fe que la respuesta final a la pregunta ¿Le importa a Dios? es un rotundo ¡Sí!
Cuando sabemos que la mano de Dios está en todo, podemos dejarlo todo en la mano de Dios.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario