Mateo 7:3
"»¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?"
Aunque fue uno de los cristianos más devotos e influyentes que jamás haya vivido, Pablo se describió a sí mismo como "el peor" de los pecadores. Si bien esta declaración podría parecer al principio exagerada, Pablo creía que era una autoevaluación precisa porque conocía su propio corazón. Pablo conocía no solo cada acción pecaminosa que había cometido, sino también sus pensamientos y motivaciones pecaminosas que estaban ocultas a todos los demás. Cuando se examinó a sí mismo, vio las profundidades de su batalla personal con el pecado (Rom. 7:13-25).
Asimismo, si somos honestos con nosotros mismos, evaluaremos nuestra vida de la misma manera: somos los peores de los pecadores. Si bien podemos hacer una conjetura inútil sobre los pensamientos y motivaciones pecaminosos de los demás, conocemos las profundidades de nuestro propio corazón pecaminoso. Jesús hizo referencia a esta realidad cuando les dijo a sus oyentes que se fijaran en la viga en su propio ojo antes de quitar la mota de serrín en el de otro (Mt 7:3).
Sin embargo, el reconocimiento de esta verdad no debería conducir a la depresión sino a la adoración. Jesús vino a buscar y salvar a los perdidos; Pablo sabía que esto significaba que Jesús había venido a salvarlo. Esto alimentó su apasionado deseo de pasar su vida difundiendo el evangelio. De la misma manera, nuestro reconocimiento honesto de la profundidad de nuestra propia pecaminosidad debería llevarnos a alabar a Jesús por la misericordia que nos ha mostrado. Y como un gesto de gratitud por nuestra salvación, debemos compartir este mensaje de gracia con todos los que quieran escuchar, tal como lo hizo Pablo.
Jesús, nunca entenderé por qué me elegiste, por qué pensaste que valía la pena salvarme, pero te agradezco tu misericordia. Ayúdame a compartir tu misericordia con los demás. Amén.
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