Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
viernes, 10 de agosto de 2018
AGUA VIVA
Juan 7:37
"En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba."
La paciencia tuvo su trabajo perfecto en el Señor Jesús, y hasta el último día de la fiesta imploró a los judíos, así como a muchos de nosotros nos espera hasta el último día de nuestras vidas. Admirable es la paciencia del Salvador al llevarnos a algunos año tras año, a pesar de nuestras provocaciones, rebeliones y resistencia de su Espíritu Santo. ¡Maravilla de las maravillas de que aún estamos en la tierra de misericordia!
La compasión se expresó con toda claridad, porque Jesús lloró, lo que implica no solo el volumen de su voz, sino la ternura de su tono. Él nos ruega que nos reconciliemos. ¡Cuán profundo debe ser el amor que hace llorar al Señor por los pecadores, y como una madre corteja a sus hijos en su seno! Seguramente a la llamada de tal grito nuestros corazones dispuestos vendrán.
La provisión se hace más abundantemente; todo está provisto de que el hombre puede necesitar saciar la sed de su alma. Para su conciencia, la expiación trae paz; a su entender, el evangelio trae la instrucción más rica; para su corazón, la persona de Jesús es el objeto más noble de afecto; para todo el hombre, la verdad, tal como es en Jesús, proporciona el más puro alimento. La sed es terrible, pero Jesús puede eliminarla. Aunque el alma esté completamente hambrienta, Jesús puede restaurarla.
La proclamación se hace con la mayor libertad, que cada sediento es bienvenido. No se hace otra distinción sino la de la sed. Ya sea la sed de avaricia, ambición, placer, conocimiento o descanso, el que sufre de ella está invitado. La sed puede ser mala en sí misma, y no ser un signo de gracia, sino más bien una señal de un pecado desmedido que anhela ser gratificado con una corriente de lujuria más profunda; pero no es bondad en la criatura lo que le trae la invitación, el Señor Jesús la envía libremente, y sin excepción de personas.
El pecador debe acercarse a Jesús, no a obras, ordenanzas o doctrinas, sino a un Redentor personal, que él mismo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero. El Salvador sangrante, moribundo y ascendente es la única estrella de esperanza para un pecador. ¡Oh, que la gracia venga y beba antes de que el sol se ponga en el último día de nuesta vida!
Beber representa una recepción para la cual no se requiere aptitud física. Un necio, un ladrón, una ramera puede beber; y así la pecaminosidad de carácter no es obstáculo para la invitación a creer en Jesús. No queremos una copa de oro ni un cáliz enjoyado para llevar el agua a los sedientos; la boca de la pobreza es bienvenida para inclinarse y beber del agua que fluye. Labios ampollados, leprosos y sucios pueden tocar la corriente del amor divino; no pueden contaminarlo, sino que deben ser purificados.
Jesús es la fuente de la esperanza. Querido lector, escucha la amorosa voz del querido Redentor mientras llora a cada uno de nosotros, "SI HAY ALGUIEN CON SED, QUE VENGA A MÍ Y BEBA".
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