Salmos 139:15
"Mis huesos no te fueron desconocidos
cuando en lo más recóndito era yo formado,
cuando en lo más profundo de la tierra
era yo entretejido."
Hay tres cosas de las que nadie puede escapar: la sombra de uno, de uno mismo y Dios. Todos los niños probablemente han intentado huir de su sombra y lo han encontrado imposible. Un filósofo famoso, al explicar por qué cierto hombre rico era constantemente infeliz incluso mientras viajaba por el mundo, dijo: "Dondequiera que va, se lleva consigo". La Palabra de Dios nos permite saber que no podemos escapar de Dios: ¿A dónde puedo ir de Tu Espíritu? ¿O adónde huiré de tu presencia? (Salmo 139: 7).
Mientras que para algunos la presencia constante de Dios es espantosa, para el creyente es un gran consuelo. El pecador no encuentra una botella lo suficientemente profunda, ni un viaje de drogas lo suficientemente largo, ni un exceso suficiente para mantener a Dios alejado o para aquietar su conciencia. Siempre está obsesionado porque Dios creó en Él un vacío en forma de Dios que puede llenarse con nada ni con nadie más. El creyente, por otro lado, no encuentra placer, gozo o felicidad fuera de su Señor.
David, sumido en sus pensamientos, confesó: Si subo al cielo, allí estás; Si hago mi cama en el infierno, he aquí que estás allí. Si tomare las alas del alba, y habito en los confines del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra (Salmos 139: 8-10). El gran poeta agregó que aunque Dios vio sus imperfecciones, sin embargo: ¡Cuán preciosos son también para mí tus pensamientos, oh Dios! ¡Cuán grande es la suma de ellos! "(Salmo 139: 17). No es de extrañar que David pudiera relajarse, disfrutando del puro gozo de la cercanía de Dios.
Sólo aquellos que tienen algo que esconder, se esconden de Dios. El verdadero creyente ama y anhela la presencia del siempre presente.
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