«Yo soy su hermano José, el que ustedes vendieron como esclavo para Egipto.
Pero no se aflijan ni se condenen por ello, porque era plan de Dios. Dios me envió aquí antes que a ustedes para preservarnos la vida y la de nuestras familias.»
Dios no se rindió. Él nunca se rinde.
Cuando a José lo echaron en una cisterna sus propios hermanos, Dios no se rindió.
Cuando Moisés dijo: «Heme aquí; envía a Aarón», Dios no se rindió.
Cuando los israelitas ya liberados añoraron la esclavitud en Egipto en vez de la leche y la miel, Dios no se rindió.
Cuando Pedro lo adoró en la cena y después lo maldijo junto a la hoguera, no se rindió.
Y cuando unas manos humanas aseguraron las manos divinas a una cruz sirviéndose de grandes clavos, no fueron los soldados quienes sostuvieron en su sitio las manos de Jesucristo. Fue Dios quien las sostuvo.
«Dios estaría dispuesto a renunciar a su Hijo único antes que a renunciar a ti».
Extracto del libro "Seis horas de un viernes"
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