Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
lunes, 12 de septiembre de 2016
ABEL Y JESÚS
Génesis 4:2
"Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra."
Como un pastor Abel santificó su trabajo para la gloria de Dios, y ofreció un sacrificio de sangre sobre su altar, y el Señor tuvo agrado por Abel y su ofrenda. Este tipo de actitud es la que le agrada a Dios: Recibió de Abel lo mejor de su rebaño. Vemos Abel como un pastor y sin embargo, está haciendo el papel de sacerdote, ofreciendo un sacrificio de olor dulce a Dios.
Abel fue odiado por su hermano, al igual que en su momento el Salvador fue odiado sin causa. El hombre natural y carnal normalmente tiene desprecio y odio por aquellos en quienes vive el Espíritu de la gracia, y no reposan hasta que se haya derramado su sangre. Abel cayó, murió, y roció su altar y el sacrificio con su propia sangre, lo mismo que nuestro Señor Jesús, cuando derramó su sangre como un sacerdote para obtener perdón de pecados para todo un pueblo. "El buen pastor su vida da por las ovejas" dijo Él un día.
La sangre habla. Dios le dijo a Caín que la voz de la sangre de su hermano clamaba a Él desde la tierra. La sangre de Jesús también habla de una forma poderosa, clamando por gracia y perdón para los que lo acepten. Es preciosa más allá de toda belleza, hasta situarse en el altar de nuestro buen pastor. Verlo sangrar allí como el sacerdote sacrificado, y después ver cómo a raíz de esto se halla la paz en nuestra conciencia, la paz entre judío y gentil, de paz entre el hombre y su Creador ofendido, la paz de todas las épocas de la eternidad de los hombres lavados en la sangre. Abel es el primer pastor en orden de tiempo, pero nuestros corazones colocarán siempre primero a Jesús con el fin de ser el perdonador por excelencia.
Oh, gran guardián de las ovejas, que la gente de tu prado te ame y te adore con todo el corazón, cuando te vea derramar tu sangre para nuestro perdón. Bendito seas por siempre. Amén.
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