domingo, 26 de febrero de 2017

EL REGALO QUE NOS VINO A DAR CRISTO



Lucas 23:33
"Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda."


La colina de la gracia es la colina del Calvario. La casa de la consolación se construye con el madero de la cruz. El templo de la bendición celestial está fundado sobre la roca destrozada, destrozada por la lanza que le perforó el costado. Ninguna escena en la historia sagrada vivifica el alma como la tragedia del Calvario.

¿No es extraño que la hora más oscura que alguna vez marcó la tierra pecaminosa, sea la que nos trae salvación y libertad? La luz brota del mediodía gracias a la oscuridad del Gólgota, y toda hierba del campo florece dulcemente gracias al árbol verde que murió ese día.

Bajo la sombra del árbol antes maldito. En ese lugar de sed, la gracia ha cavado una fuente que se purifica con aguas puras como el cristal, cada gota capaz de aliviar las aflicciones de la humanidad. Los que hemos tenido  temporadas de conflicto, confesaremos que no fue en el monte de los Olivos donde alguna vez encontramos consuelo, no en el monte de Sinaí, ni en Tabor, sino en Getsemaní, Gabbatha y Gólgota. 


Las hierbas amargas de Getsemaní han quitado las raíces amargas de nuestra vida. El azote de Gabbatha ha azotado nuestras preocupaciones, y los gemidos del Calvario han puesto todos los otros gemidos a la fuga. Así, el Calvario nos da comodidad rara y abundante. Nunca debiéramos haber conocido el amor de Cristo en todas sus alturas y profundidades si no hubiera muerto. Ni podríamos adivinar el profundo afecto del Padre si no hubiera dado a su Hijo para morir. Las misericordias comunes que disfrutamos todos cantan de su amor, al igual que la concha de mar, cuando lo ponemos a nuestros oídos.

Pero si deseamos oír el océano en sí, no debemos mirar las bendiciones cotidianas, sino las transacciones de la crucifixión. El que conozca el amor, que se retire al Calvario y vea morir al hombre de los dolores. Allí nació tu libertad y la mía. ¡Bendito sea el Redentor!

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