viernes, 19 de enero de 2018

CUANDO ME DA LO QUE PIDO




1 Samuel 1:27
"Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí."


Las almas devotas se complacen en ver las misericordias que han obtenido en respuesta a la súplica, porque pueden ver el amor especial de Dios en ellas. Cuando podemos nombrar nuestras bendiciones como lo hizo Ana al ponerle nombre a Samuel, serán tan queridas para nosotros como lo era este hijo para ella. Peninna tuvo muchos hijos, pero vinieron como bendiciones comunes no buscadas en la oración: el único niño dado por el cielo a Ana era más querido, porque él era el fruto de las súplicas fervientes. ¡Qué dulce fue esa agua para Sansón que encontró en "el pozo de aquel que oró"! 


¿Oramos por la conversión de nuestros hijos? ¡Cuán doblemente dulces serán cuando son salvos, para ver en ellos nuestras propias peticiones cumplidas! Es mejor regocijarse sobre ellos como el fruto de nuestras súplicas que como el fruto de nuestros cuerpos. ¿Hemos buscado del Señor algún don espiritual de elección? ¡Cuán alegre es la prosperidad que viene volando sobre las alas de la oración! Siempre es mejor recibir bendiciones en nuestra casa de manera legítima, a la puerta de la oración; porque entonces son bendiciones, y no tentaciones. 

Incluso cuando la oración no acelera, las bendiciones se vuelven aún más ricas por la demora; el niño Jesús era aún más encantador a los ojos de María cuando lo encontró después de haberlo buscado con tristeza. Lo que ganamos con la oración deberíamos dedicarlo a Dios, como Ana dedicó a Samuel. Si el regalo vino del cielo, déjalo ir al cielo. La oración lo trajo, la gratitud cantó sobre él, la devoción lo consagró. 

Lector, ¿es la oración una forma de conocer más a Dios, de agradecerle, o es una carga pesada?

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