viernes, 9 de febrero de 2018

¡ALABEMOS!



Salmos 66:2
"Cantad la gloria de su nombre;
Poned gloria en su alabanza."


La alabanza es lo más justo que podemos dar a Dios, y cada cristiano, como receptor de su gracia, está obligado a alabar a Dios día a día. Es cierto que no tenemos una rúbrica autorizada para el elogio diario; no tenemos ningún mandamiento que prescriba ciertas horas de canto y acción de gracias; pero la ley escrita sobre el corazón nos enseña que es correcto alabar a Dios; y el mandato no escrito nos llega con tanta fuerza como si hubiera sido registrado en las tablas de piedra, o nos haya sido entregado desde la cima del estruendoso Sinaí. 


Sí, es deber del cristiano alabar a Dios. No es solo un ejercicio placentero, sino que es la obligación absoluta de su vida. Pero no es una obligación impuesta, una carga, sino una que por las ataduras de su amor nos hace querer bendecir su nombre mientras vivamos; "Este pueblo he formado para mí, ellos mostrarán mi alabanza", dice la Escritura; y si no alabas a Dios, no estás produciendo el fruto que Él, como el Hombre de campo divino, tiene el derecho de esperar de tus manos. 

No dejes que tu arpa cuelgue sobre los sauces, sino que esfuérzate, con un corazón agradecido, por producir su música más fuerte. Levántate y canta su alabanza. Con el amanecer de cada mañana, levanta tus notas de acción de gracias y deja que cada puesta de sol sea seguida con tu canción. Que resuene la tierra con tus alabanzas; rodéalo con una atmósfera de melodía, y Dios mismo escuchará desde el cielo y aceptará tu música.

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