Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
sábado, 19 de mayo de 2018
¿DÓNDE HALLARLO?
Job 23:3
"¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!
Yo iría hasta su silla."
En el extremo más crítico de Job, clamó por el Señor. El deseo anhelante de un hijo de Dios afligido es una vez más ver el rostro de su Padre. Su primera oración no es "¡Oh, para que yo pueda ser sanado de la enfermedad que ahora se pudre en cada parte de mi cuerpo!" ni siquiera "¡Ojalá pudiera ver a mis hijos restaurados desde las fauces de la tumba, y mi propiedad una vez más traída de la mano del alerón!" pero el primer y más elevado grito es: "¡Oh, si supiera dónde podría encontrarlo, quién es mi Dios! ¡Para poder llegar a su asiento!"
Los hijos de Dios corren a casa cuando comienza la tormenta. Es el instinto nacido en el cielo de un alma gentil para buscar refugio de todos los males bajo las alas de Jehová. "El que hizo de su refugio a Dios", podría servir como el título de un verdadero creyente. Un hipócrita, cuando está afligido por Dios, se resiente de la imposición y, como un esclavo, huiría del Maestro que lo azotó; pero no así el verdadero heredero del cielo, él besa la mano que lo golpeó, y busca refugio de la vara en el seno del Dios que lo miró con el ceño fruncido. El deseo de Job de comunicarse con Dios se intensificó por el fracaso de todas las otras fuentes de consuelo. El patriarca se apartó de sus lamentables amigos y miró hacia el trono celestial, justo como cuando un viajero se voltea de su botella de piel vacía, y se lanza con toda la velocidad hacia el pozo. Se despide de las esperanzas de la tierra y grita: "¡Oh, si supiera dónde podría encontrar a mi Dios!"
Nada nos enseña tanto acerca de la preciosidad del Creador, como cuando experimentamos que todos los demás nos dejan. Apartándonos con amargo desprecio de las colmenas de la tierra, donde no encontramos miel, sino muchas agudas picaduras, nos regocijamos en aquel cuya palabra fiel es más dulce que la miel o el panal.
En cada problema primero debemos buscar darnos cuenta de la presencia de Dios con nosotros. Solo el poder disfrutar de su sonrisa es suficiente para que podamos soportar nuestra cruz diaria con un corazón dispuesto por su amor.
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