viernes, 13 de julio de 2018

SE ACUERDA DE NOSOTROS



Jeremías 2:2
"Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada."


Tengamos en cuenta que Cristo se deleita en pensar en su Iglesia y en mirar su belleza. A medida que el pájaro regresa a menudo a su nido, y mientras el caminante se apresura a llegar a su hogar, así la mente persigue continuamente el objeto de su elección. No podemos mirar poco ese rostro que amamos; deseamos siempre tener nuestras cosas preciosas a nuestra vista. Lo es también con nuestro Señor Jesús. Desde toda la eternidad "Sus delicias fueron con los hijos de los hombres"; sus pensamientos avanzaron hacia el tiempo en que sus elegidos deberían nacer en el mundo; los veía siempre. "En tu libro", dice, "todos mis miembros fueron escritos, que en la continuidad fueron formados, cuando todavía no había ninguno" (Salmo 139: 16). 


Cuando el mundo fue puesto sobre sus pilares, Él estaba allí, y Él estableció los límites del pueblo según el número de hijos de Israel. Muchas veces antes de su encarnación, descendió a esta tierra inferior en la semejanza de un hombre; en las llanuras de Mamre (Génesis 18), junto al arroyo de Jaboc (Génesis 32: 24-30), debajo de los muros de Jericó (Josué 5:13), y en el horno de fuego de Babilonia (Daniel 3:19,25), el Hijo del Hombre visitó a su gente. Debido a que su alma se deleitaba en ellos, no podía descansar lejos de ellos, porque su corazón los ansiaba. Nunca estuvieron ausentes de su corazón, porque Él había escrito sus nombres en sus manos, y los talló de su lado. Como la pechera que contenía los nombres de las tribus de Israel era el ornamento más brillante usado por el sumo sacerdote, los nombres de los elegidos de Cristo eran sus joyas más preciosas y brillaban en su corazón. 

A menudo podemos olvidarnos de meditar sobre las perfecciones de nuestro Señor, pero Él nunca deja de recordarnos. Vamos a disculparnos por el olvido del pasado, y oremos por graciapara tenerlo presente siempre. Señor, pinta sobre los ojos de mi alma la imagen de tu Hijo. Así sea.

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