martes, 24 de enero de 2017

ALEGRES COMO JESÚS




Lucas 10:21
"En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó."


El Salvador era "un hombre de dolores", pero cada mente pensativa ha descubierto que en lo más profundo de su alma llevaba un tesoro inagotable de alegría refinada y celestial. De toda la raza humana, nunca hubo un hombre que tuviera una alegría más profunda o más perdurable que nuestro Señor Jesucristo. "Él fue ungido con el aceite de alegría sobre sus compañeros." Su vasta benevolencia debe, por la misma naturaleza de las cosas, haberle proporcionado el deleite más profundo posible, porque la benevolencia es alegría. 


Había unas pocas temporadas notables cuando esta alegría se manifestaba: "A esa hora Jesús se regocijó en espíritu, y dijo: Te doy gracias, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra." Cristo tenía sus canciones aunque viviera con lo angustiante de su misión en la tierra. En esto, el Señor Jesús es un cuadro bendito de su iglesia en la tierra. A esta hora la iglesia espera caminar en simpatía con su Señor por un camino espinoso. A través de muchas tribulaciones está forzando su camino a la corona. Llevar la cruz es su oficio, y ser despreciada y contada como un extranjero por los hijos de su madre es su suerte... Y sin embargo la iglesia tiene un profundo pozo de alegría, de la cual nadie puede beber sino sus propios hijos. 

Hay tiendas de vino, y aceite, y maíz, ocultos en medio de nuestra Jerusalén, sobre los cuales los santos de Dios son siempre sostenidos y nutridos. Y a veces, como en el caso de nuestro Salvador, tenemos nuestras estaciones de intenso deleite, porque "Hay un río, cuyos arroyos alegrarán la ciudad de nuestro Dios". Exiliados que somos, nos regocijamos en nuestro Rey. Sí, en Él nos regocijamos en extremo, mientras que en Su Nombre ondea nuestra bandera. ¡Aleluya!

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