miércoles, 15 de marzo de 2017

COMO LA ARENA DEL MAR




Génesis 32:12
"Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede contar por la multitud."


Cuando Jacob estaba al otro lado del arroyo de Jaboc, y Esaú venía con hombres armados, buscó fervientemente la protección de Dios, y como razón maestra, suplicó: "Y tú dijiste: De cierto te haré bien". ¡Oh, la fuerza de esa súplica! Él estaba sujetando a Dios a su palabra - "Dijiste". 


El atributo de la fidelidad de Dios es una espléndida razón para confiar y aferrarnos a Él... Pero la promesa, que tiene en ella el atributo y algo más, es aún más poderosa: "Dijiste: De cierto te haré bien". ¿Lo has dicho, y no lo harás? "Sea Dios verdadero y todo hombre mentiroso." ¿No será verdad? ¿No guardará su palabra? ¿No saldrá toda palabra que sale de sus labios, y se cumplirá? Eso dejó ver Jacob en su oración.

Salomón, en la apertura del templo, usó esta misma poderosa súplica. Suplicó a Dios que recordara la palabra que había dicho a su padre David, y bendijera ese lugar. Cuando un hombre da un pagaré, su honor está en juego. Él firma con su mano, y debe cumplir con el pago en el tiempo debido, o bien pierde el crédito. Nunca se dirá que Dios deshonra sus cuentas. El crédito del Altísimo nunca fue acusado, y nunca lo será. Es puntual al momento: nunca lo es antes de su tiempo. 

Busca la palabra de Dios a través de tu vida y compárala con la experiencia del pueblo de Dios, y encontrarás las promesas cumplidas, desde la primera a la última. Si tienes una promesa divina, no necesitas implorarla con un "si", condicional, sino que puedes pedirla con certeza. El Señor quería cumplir la promesa, o no la hubiera dado. 

Dios no da sus palabras simplemente para calmarnos, y para mantenernos esperanzados por un tiempo con la intención de despedirnos por fin. Cuando Él habla, es porque quiere hacer lo que ha dicho. La pregunta principal entonces es: "¿Me ha hablado Dios?"

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