domingo, 4 de junio de 2017

ABORRECER LA MALDAD





Salmos 45:7
"Has amado la justicia y aborrecido la maldad;
Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo,
Con óleo de alegría más que a tus compañeros."


"Enójense, pero no pequen, dice la Escritura" No puede haber bondad en un hombre si no está 'enojado' con el pecado. El que ama la verdad debe evitar y aborrecer todo camino falso. Así lo hizo Jesús en su tiempo en la tierra. Tres veces lo asaltó en diferentes formas, pero siempre lo encontró con: "Aléjate de mí, Satanás". 


Mostró su enojo en contra de los religiosos de su época: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque habéis devorado las casas de las viudas, y por pretexto hacéis larga oración". Odiaba la maldad, tanto que sangró para herirla al corazón. Murió para matarla. Fue sepultado para sepultar a la maldad en su tumba. Y se levantó para que la pudiera tener siempre bajo sus pies. Cristo es el Evangelio, y ese Evangelio se opone a la maldad en todas sus formas. 

La maldad se arregla en vestidos justos e imita el lenguaje de la santidad. Pero los preceptos de Jesús, como su famoso azote de pequeñas cuerdas, lo persiguen fuera del templo, y no lo tolerarán en la Iglesia. Así también, en el corazón donde Jesús reina, ¡qué guerra hay entre Cristo y Belial! Y cuando nuestro Redentor venga a ser nuestro Juez, esas palabras trémulas, "Apartaos, malditos" que son, en verdad, una prolongación de su vida-enseñanza acerca del pecado, manifestarán su aborrecimiento de la iniquidad. Tan ardiente como es su amor a los pecadores, tan ardiente es su odio al pecado.

Tan perfecto como es su justicia, tan completa será la destrucción de toda forma de maldad. ¡Oh, glorioso salvador de los arrepentidos, y destructor de los malos! Ayúdame a aborrecer la maldad como tú lo haces. En el nombre de Jesús, amén.

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