martes, 28 de noviembre de 2017

CORRIENDO A ÉL




Marcos 9:15
"Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a Él, le saludaron."


¡Cuán grande es la diferencia entre Moisés y Jesús! Cuando el profeta de Horeb había estado cuarenta días sobre la montaña, experimentó una especie de transfiguración, de modo que su rostro resplandeció con un brillo exagerado, y se cubrió la cara con un velo, porque la gente no podía soportar contemplar su gloria. No es así nuestro Salvador. Se había transfigurado con una gloria mayor que la de Moisés, y sin embargo, no está escrito que la gente estaba cegada por el brillo de su semblante, sino que se sorprendieron, y corriendo hacia Él lo saludaron. La gloria de la ley repele, pero la mayor gloria de Jesús atrae. 


Aunque Jesús es santo y justo, aunque mezclado con su pureza, hay tanta verdad y gracia, que los pecadores corren hacia Él asombrados por su bondad, fascinados por su amor; lo saludan, se convierten en sus discípulos y lo llevan a ser su Señor y Maestro. 

Lector, puede ser que justo ahora estés cegado por el deslumbrante brillo de la ley de Dios. Sientes sus reclamos en tu conciencia, pero no puedes mantenerla en tu vida. No es que encuentres fallas en la ley, por el contrario, te exige tu más profunda estima, aún así no estás atraído hacia Dios; estás más bien endurecido de corazón, y estás cerca de la desesperación. ¡Ah, pobre corazón! aparta tu ojo de Moisés, con todo su esplendor repelente, y mira a Jesús, resplandeciente de dulces glorias. ¡Mira sus fluidas heridas y su cabeza coronada de espinas! Él es el Hijo de Dios, y allí Él es más grande que Moisés, pero Él es el Señor del amor, y en eso más tierno que el legislador. 

Él llevó la ira de Dios, y en su muerte reveló más de la justicia de Dios que el Sinaí en una zarza ardiente. Mira, pecador, al sangrante Salvador, y mientras alimentas la atracción de su amor, vuela a sus brazos, y serás salvo.

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