lunes, 27 de noviembre de 2017

REDENCIÓN




Salmos 111:9
"Redención ha enviado a su pueblo;
Para siempre ha ordenado su pacto;
Santo y temible es su nombre."

 
El pueblo del Señor se deleita en el pacto mismo. Es una fuente infalible de consuelo para ellos tan a menudo como el Espíritu Santo los conduce a su casa de banquetes y ondea su estandarte de amor. Se complacen incluso en entender la antigüedad de ese pacto, recordando que antes de que la estrella diurna supiera su lugar, o los planetas siguieran su curso, los intereses de los santos estaban seguros en Cristo Jesús. 


Es peculiarmente agradable para ellos recordar la seguridad del pacto, al meditar sobre "las seguras misericordias de David". Se deleitan en celebrarlo como "firmado, sellado y ratificado, en todas las cosas bien ordenadas". A menudo hace que sus corazones se dilaten de alegría al pensar en su inmutabilidad, como un pacto que ni el tiempo ni la eternidad, la vida ni la muerte jamás podrán violar: un pacto tan antiguo como la eternidad y tan eterno como la Roca de los siglos. Se regocijan también de darse un festín con la plenitud de este pacto, porque ven en él todo lo que se les provee. Dios es su porción, Cristo su compañero, el Espíritu su Consolador, la tierra su refugio, y el cielo su hogar.  Ven en él una herencia reservada e implicada para cada alma que posee un interés en su antiguo y eterno acto de regalo. Sus ojos brillaban cuando lo vieron como un tesoro oculto en la Biblia. 

Más especialmente, es el placer del pueblo de Dios contemplar la gracia de este pacto. Ven que la ley fue invalidada porque era un pacto de obras y dependía del mérito, pero perciben que es duradera porque la gracia es la base, el baluarte, el inicio de la vida eterna. La gracia es un tesoro de riqueza, un granero de comida, una fuente de vida, un almacén de salvación, una carta de paz y un remanso de alegría.

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