Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
miércoles, 1 de noviembre de 2017
CEDROS DE LÍBANO
Salmos 104:16
"Se llenan de savia los árboles de Jehová,
Los cedros del Líbano que él plantó."
Los cedros del Líbano son emblemáticos de los cristianos, ya que deben su plantación enteramente al Señor. Esto es verdad para todos los hijos de Dios. El cristiano no es plantado por el hombre, ni plantado por sí mismo, sino plantado por Dios. La mano misteriosa del Espíritu divino dejó caer la semilla viva en un corazón que Él mismo había preparado para su recepción.
Cada verdadero heredero del cielo posee al gran artesado como su sembrador. Además, los cedros del Líbano no dependen del hombre para su riego; están sobre la alta roca, sin necesidad de ser humedecido por el riego humano; y sin embargo nuestro Padre celestial los riega. Así es con el cristiano que ha aprendido a vivir por fe. Él es independiente del hombre, incluso en las cosas temporales; porque su mantenimiento continuo mira al Señor su Dios, y a Él solamente. El rocío del cielo es su porción, y el Dios del cielo es su fuente.
De nuevo, los cedros del Líbano no están protegidos por ningún poder mortal. No le deben nada al hombre. Son árboles de Dios, guardados y conservados por Él. Es precisamente lo mismo con el cristiano. Él no es una planta de casa caliente, protegido de la tentación; se encuentra en la posición más expuesta; él no tiene refugio, ninguna protección, excepto esto: que las amplias alas del Dios eterno siempre cubren los cedros que Él mismo ha plantado. Como los cedros, los creyentes están llenos de savia, con vitalidad suficiente para ser siempre verdes, incluso en medio de las nieves del invierno.
Por último, la condición floreciente y majestuosa del cedro es sólo para la alabanza de Dios. Jehová, Jehová solo, ha sido todo para los cedros, y por eso David lo pone muy dulcemente en uno de los salmos: "Alabad al Señor, árboles fructíferos y todos los cedros". En el creyente no hay nada que pueda magnificar al hombre; él es plantado, alimentado y protegido por la propia mano del Señor, para que a Él sea atribuida toda la gloria.
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