Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
sábado, 3 de diciembre de 2016
EL ESPÍRITU DE DIOS
1 Corintios 2:12
"Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido"
Querido lector, ¿Ya te has dado cuenta de la obra realizada por el Espíritu Santo en tu alma? La necesidad de la obra del Espíritu Santo en el corazón se puede ver claramente a partir de este hecho: Que todo lo que ha sido hecho por Dios el Padre y por Dios el Hijo, es algo que no entendemos, a menos que el Espíritu nos lo revele.
La elección por lo que es bueno, agradable y perfecto es una letra muerta en mi conciencia hasta que el Espíritu de Dios me llama de las tinieblas a una luz maravillosa. Luego, a través de ese llamado, veo mi elección, y sabiendo que soy llamado de Dios, sé que he sido elegido en el propósito eterno. Gracias a la obra del Espíritu Santo, he hecho un pacto con el Señor Jesucristo. Pero ¿Qué aprovecha ese pacto con nosotros hasta que el Espíritu Santo nos traiga sus bendiciones y abra nuestros corazones para recibirlas? Allí cuelgan las bendiciones, pero estando sin estatura, no podemos alcanzarlas. El Espíritu de Dios cierra la brecha en esa distancia y las entrega a nosotros, y así se convierten en realidad.
Las bendiciones del Pacto en sí mismas son como el maná en los cielos, lejos de alcance mortal, pero el Espíritu de Dios abre las ventanas del cielo y dispersa el pan vivo alrededor del campamento del Israel espiritual. La obra acabada de Cristo es como el vino almacenado en las tinajas. Por incredulidad muchas veces no las vemos. El Espíritu Santo sumerge nuestro vaso en este vino precioso, y luego bebemos. Pero sin el Espíritu estamos verdaderamente muertos en el pecado como si el Padre nunca nos hubiera elegido, y como que si el Hijo nunca nos hubiera comprado con su sangre.
El Espíritu Santo es absolutamente necesario para nuestro bienestar. Caminemos con amor hacia Él y temblemos ante el pensamiento de afligirlo o deshonrarlo.
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