jueves, 22 de diciembre de 2016

NO NOS DEJEMOS ENGAÑAR



Salmos 30:6
"En mi prosperidad dije yo:
No seré jamás conmovido."


Difícil hablar de prosperidad en estos días sin pensar en personas que han tergiversado el concepto bíblico. Nunca ha sido nuestro objetivo promover "el evangelio de la prosperidad", porque a pesar que es muy llamativo, se reduce y se le quita bastante mérito a lo que Dios ha hecho por nosotros.


A Él le importa lo espiritual, sobre todo. Es cierto que tiene poder sobre todo, que es dueño del oro y de la plata... Pero lo que Él más anhela es que lo sirvamos por amor, no por lo que da, sino por lo que Él Es. ¡Y cuán difícil es amarlo cuando tenemos riquezas!

Es "fácil" buscar a Dios cuando estamos en aflicción, en problemas, cuando tocamos fondo... cuando no hay salud, ni alegría, ni está fluyendo la leche y la miel en nuestras vidas. No tenemos nada que perder, y lo buscamos. Pero... ¿Qué pasa cuando empezamos a prosperar materialmente? Ya no tenemos tiempo para Dios, porque hay muchos negocios. No nos congregamos porque hay mucho trabajo... El mundo y sus riquezas nos envuelven tanto que el buscar a Dios en intimidad pasa a segundo plano. Sabemos que debemos cuidar nuestra vida espiritual, pero muchas veces no hacemos nada por enriquecerla.

Que nuestra petición hoy sea como la de David: Que nos propongamos firmemente no abandonar a Dios aún en medio de las riquezas y la prosperidad. Bendigámoslo por nuestras aflicciones. Demos gracias por las pérdidas que hemos tenido... porque muchas veces tiene que llegar algo así para que lo busquemos. La continua prosperidad mundana es un juicio ardiente, algo muy llamativo. Pero la prosperidad espiritual es algo que no tiene precio. Busquémosla continuamente. Así sea.

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