lunes, 18 de septiembre de 2017

NUESTRO ESPOSO




Jeremías 3:14
"Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion."


Cristo Jesús se une a su pueblo en unión matrimonial. Enamoró a su Iglesia como una casta virgen, mucho antes de caer bajo el yugo de la esclavitud. Lleno de ardiente afecto, trabajó como Jacob por Raquel, hasta que se pagó todo el dinero de su compra, y ahora, habiéndola buscado por su Espíritu, y llevado a conocerla y amarle, espera la gloriosa hora en que su felicidad mutua se consumará en la cena de bodas del Cordero. 


El Esposo glorioso no ha presentado a su prometida, perfeccionada y completa ante la Majestad del cielo; Todavía no ha entrado en el disfrute de sus dignidades como su esposa y reina: es todavía vagabunda en un mundo de aflicción, habitante de las tiendas de Kedar. Pero ahora es la novia, querida por su corazón, preciosa a sus ojos, escrita en sus manos y unida a su persona. En la tierra ejercita hacia ella todos los afectuosos oficios de Esposo. Él hace abundante provisión para sus deseos, paga todas sus deudas, le permite asumir su nombre, y compartir en toda su riqueza. Tampoco lo hará de otra manera. 

La palabra divorcio Él nunca mencionará, porque "Él odia que se rompan los pactos". La muerte debe cortar el vínculo conyugal entre los mortales más amorosos, pero no puede dividir los lazos de este matrimonio inmortal. En el cielo no se casan, sino que son como los ángeles de Dios. Sin embargo, existe esta maravillosa excepción a la regla, porque en el Cielo Cristo y su Iglesia celebrarán sus felices nupcias. Esta afinidad es más duradera, así que es más cercana que el matrimonio terrenal. 

El amor del esposo terrenal, por más puro y ferviente que sea, no es más que un débil cuadro de la llama que arde en el corazón de Jesús. Preparémonos para esa unión mística, por la cual Cristo dejó a su Padre, y se hizo una sola carne con ella, su amada Iglesia.

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