Cantares 8:13
"Oh, tú que habitas en los huertos,
Los compañeros escuchan tu voz;
Házmela oír."
Mi dulce Señor Jesús recuerda bien el huerto de Getsemaní, y aunque ha dejado ese jardín, ahora mora en el jardín de su iglesia: allí comparte con los que aguardan su bendita compañía. Esa voz de amor con la que habla a su amada es más musical que las arpas del cielo. Hay una profundidad de amor melodioso dentro de ella que deja atrás toda la música humana. Decenas de miles en la tierra, y millones en el cielo, son complacidos con sus acentos armoniosos. Es más, muchos de los que conocí y que se nos adelantaron en la partida de este mundo, seguro están ahora mismo escuchando esa amada voz.
Es cierto que algunos de ellos son pobres, otros están postrados en cama y algunos cerca de las puertas de la muerte, pero, ¡oh, mi Señor!, alegremente me moriría de hambre con ellos, lloraría con ellos, o moriría con ellos, si tan solo pudiera escuchar tu voz. Es cierto que peco y me alejo de tí. Vuélvete a mí con compasión y dime una vez más: "Yo soy tu salvación". Ninguna otra voz puede contentarme; conozco tu voz, y no puedo ser engañado por otro, déjame escucharla, te lo ruego.
Vuelve a abrir mi oído; perfora mi oreja con tus notas más duras, solo que no me permitas continuar sordo a tus llamadas. Esta noche, Señor, dale a este indigno su deseo, porque yo soy tuyo, y me has comprado con tu sangre. Tú me has abierto los ojos para verte, y me has salvado. Señor, abre mi oído. He leído tu corazón, ahora déjame oír tus labios.
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