domingo, 15 de abril de 2018

HORROR AL PECADO



Salmos 119:53
"Horror se apoderó de mí a causa de los inicuos
Que dejan tu ley."


Las mejillas de David estaban mojadas con ríos de lágrimas debido a la impiedad prevaleciente, Jeremías deseaba ojos como fuentes para que pudiera lamentar las iniquidades de Israel, y Lot se enfureció con la conversación de los hombres de Sodoma. Aquellos en quienes la marca fue establecida en la visión de Ezequiel, fueron aquellos que suspiraron y clamaron por las abominaciones de Jerusalén. No puede sino afligir a las almas bondadosas el ver qué penas tienen los hombres que no quieren saber de Dios. Conocen el mal del pecado experimentalmente, y les alarma ver a otros volando como polillas en su incendio. 


El pecado en otros horroriza a un creyente, porque le recuerda la bajeza de su propio corazón: cuando ve a un transgresor, hay una especie de empatía: "Aquel cayó hoy, yo me puedo caer mañana". El pecado para un creyente es horrible, porque crucifica al Salvador; él ve en cada iniquidad los clavos y la lanza. El buen Dios merece un mejor trato, el gran Dios lo reclama, el Dios justo lo tendrá o no podremos vivir tranquilos. Un corazón despierto tiembla ante la audacia del pecado y se alarma ante la contemplación de su castigo. ¡Qué cosa tan monstruosa es la rebelión! ¡Qué terrible es la condenación preparada para los impíos! 

Mi alma, nunca te rías de las tonterías del pecado, no sea que te acerques a sonreír al pecado mismo. Es tu enemigo, y el enemigo de tu Señor. Míralo con aberración, aléjate de él porque te aleja de la santidad, sin la cual ningún hombre puede ver al Señor.

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