domingo, 1 de abril de 2018

RECIBIR, DAR



Eclesiastés 1:7
"Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo."


Todo lo que existe en la tierra está en movimiento, el tiempo no sabe nada de descanso. La tierra sólida es una bola rodante, y el gran sol mismo es una estrella que cumple obedientemente su curso alrededor de una luminaria mayor. Las mareas mueven el mar, los vientos agitan el aireado océano, la fricción desgasta la roca: el cambio y la muerte gobiernan en todas partes.


Los hombres nacen pero mueren: todo es prisa, preocupación y aflicción de espíritu. Amigo de Jesús: qué alegría es reflexionar sobre tu herencia inmutable; tu mar de bienaventuranza que estará siempre lleno, ya que Dios mismo vertirá ríos de placer eternos en él. Buscamos una ciudad perdurable más allá de los cielos, y no nos decepcionará. El pasaje bíblibo que hoy tenemos ante nosotros bien puede enseñarnos gratitud. El océano es un gran receptor, pero es un distribuidor generoso. Lo que los ríos le traen regresa a la tierra en forma de nubes y lluvia. Dar a los demás no es más que sembrar semillas para nosotros mismos. El que es tan buen mayordomo como para estar dispuesto a usar su sustancia para su Señor, se le confiará más. 

Amigo de Jesús, ¿le estás rindiendo según el beneficio recibido? Mucho te ha sido dado, ¿cuál es tu fruto? ¿Has hecho todo lo posible? ¿No puedes hacer más? Ser egoísta es ser perverso. Supongamos que el océano no renuncia a nada de su tesoro acuoso, seguro que arruinaría nuestra raza. Dios no permita que ninguno de nosotros siga la política descortés y destructiva de vivir para nosotros mismos. 

Jesús no se complació a sí mismo. Toda plenitud mora en Él, pero de su plenitud dio todo lo que ahora recibimos. ¡Oh, que el Espíritu de Dios no permita que vivamos sólo para nosotros!

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