martes, 3 de abril de 2018

REALIDAD Y ESPERANZA


Isaías 64:6
"Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento."


El creyente es una nueva criatura, pertenece a una generación santa y a un pueblo peculiar: el Espíritu de Dios está en él, y en todos los aspectos está muy alejado del hombre natural; pero a pesar de todo, el cristiano es un pecador aún... 


Lo es por la imperfección de su naturaleza, y continuará así hasta el final de su vida terrenal. Los dedos negros del pecado dejan manchas de humo sobre nuestras más bellas túnicas. El egoísmo contamina nuestras lágrimas, y la incredulidad altera nuestra fe. La oración que mueve el brazo de Dios sigue siendo una oración magullada y maltratada, y solo mueve ese brazo porque el Uno sin pecado, el gran Mediador, ha intervenido para quitar el pecado de nuestra súplica. La fe más dorada o el más puro grado de santificación al que un cristiano alguna vez haya llegado en la tierra, tiene todavía tanta imperfección, porque no depende de lo que nosotros hagamos, sino de lo que Cristo ya hizo. 

Cada noche que miramos en el espejo vemos a un pecador, y tendríamos que confesar: "Todos somos como algo inmundo, y todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia". ¡Oh, cuán preciosa es la sangre de Cristo para corazones como el nuestro! ¡Qué inestimable es el regalo de su perfecta justicia! ¡Y cuán brillante es la esperanza de la perfecta santidad de ahora en adelante! 

Incluso ahora, aunque el pecado habita en nosotros, su poder está roto. No tiene dominio; es una serpiente de espalda rota; estamos en conflicto con eso, pero es con un enemigo vencido que tenemos que tratar. Pero dentro de poco entraremos victoriosos en la ciudad donde nada contamina. ¡Todo gracias a Jesucristo! Bendito sea.

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