lunes, 30 de abril de 2018

REFUGIO


Deuteronomio 33:27
"El eterno Dios es tu refugio,
Y acá abajo los brazos eternos;
El echó de delante de ti al enemigo,
Y dijo: Destruye."


La palabra refugio puede traducirse como "mansión" o "lugar permanente", que da la idea de que Dios es nuestra morada, nuestro hogar. Hay una plenitud y dulzura en la metáfora, porque nuestro hogar es querido, aunque sea la cabaña más humilde o la choza más pequeña; y más querido es nuestro Dios bendito, en quien vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser. 


En casa nos sentimos seguros: cerramos el mundo y vivimos en una seguridad plena. Entonces, cuando estamos con nuestro Dios, "no tememos al mal". Él es nuestro refugio y refugio permanente. En casa, tomamos nuestro descanso; allí encontramos el reposo después de la fatiga y el trabajo del día. Y así nuestros corazones encuentran descanso en Dios, cuando, cansados ​​del conflicto de la vida, nos volvemos hacia Él, y nuestra alma se queda tranquila. En casa, también, dejamos que nuestros corazones se liberen; no tememos que nos malinterpreten, ni que nuestras palabras sean malinterpretadas. De modo que cuando estamos con Dios, podemos comunicarnos libremente con Él, poniendo en libertad todos nuestros deseos ocultos; porque si el "pensamiento del Señor está con los que le temen", los pensamientos de los que le temen deben estar con su Señor. 

El hogar, también, es el lugar de nuestra más pura y verdadera felicidad: y es en Dios que nuestros corazones encuentran su más profundo deleite. Tenemos gozo en Él que supera con creces cualquier otra alegría. También es para el hogar que trabajamos y nos esforzamos. Pensar en ello da fuerza para soportar la carga diaria y acelera los dedos para realizar la tarea; y en este sentido también podemos decir que Dios es nuestro hogar. El amor a Él nos fortalece. Pensamos en Él en la persona de su querido Hijo; y un atisbo del rostro sufriente del Redentor nos constriñe a trabajar en su causa. Sentimos que debemos trabajar, porque aún tenemos hermanos que deben ser salvos, y tenemos el corazón de nuestro Padre para alegrarnos llevando a casa a sus hijos errantes; así llenaríamos de santa alegría a la sagrada familia entre quienes vivimos. 

¡Felices son los que tienen así al Dios de Jacob, que lo tienen como su refugio!

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