Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
sábado, 2 de diciembre de 2017
REGOCÍJATE
Isaías 54:1
"Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová."
Aunque hemos dado a luz algunos frutos de Cristo, y tenemos la alegre esperanza de que somos "plantas de su propia siembra de mano derecha", sin embargo, hay veces en que nos sentimos muy estériles. La oración no tiene vida, el amor es frío, la fe es débil, cada gracia en el jardín de nuestro corazón languidece y decae. Somos como flores bajo el sol ardiente, que requieren una ducha refrescante. En tal condición, ¿qué vamos a hacer?
El texto de hoy está dirigido a nosotros en ese estado. "Canta, oh estéril, irrumpe y llora en voz alta". Pero, ¿sobre qué puedo cantar? No puedo hablar sobre el presente, e incluso el pasado se ve lleno de esterilidad. ¡Ah! Puedo cantar de Jesucristo. Puedo hablar de visitas que el Redentor me ha hecho en otras ocasiones; o si no fuera por esto, puedo magnificar el gran amor con que amaba a su pueblo cuando vino desde las alturas del cielo para su redención.
Iré a la cruz de nuevo. Ven, alma mía, cargada, estabas una vez, y perdiste allí tu carga. Ve al Calvario de nuevo. Quizás esa misma cruz que te dio vida puede darte fecundidad. ¿Cuál es mi esterilidad? ¿Cuál es mi desolación? Voy a ir en mi pobreza, iré en impotencia, iré en toda mi vergüenza y retrocesos, le diré que todavía soy su hijo, y en confianza en su fiel corazón, incluso yo, el estéril, voy a cantar y llorar en voz alta.
Canta, creyente, porque alegrará tu corazón y los corazones de otros desolados. Sigue cantando, porque ahora que realmente te avergüenzas de ser estéril, pronto serás fructífero; ahora que Dios te hace reacio a no tener fruto, pronto te cubrirá con racimos. La experiencia de nuestra esterilidad es dolorosa, pero las visitas del Señor son deliciosas.
El sentido de nuestra propia pobreza nos conduce a Cristo, y allí es donde tenemos que estar, porque en Él se encuentra nuestro fruto.
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