domingo, 8 de mayo de 2016

VELEMOS Y OREMOS



Marcos 14:38
"Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil."


En relación con la oración, la Biblia habla de levantar los ojos, levantar nuestro corazón y nuestras manos a Dios, alabar, clamar, hablar con el corazón en silencio, postrarse, inclinarse hacia abajo con la cara al suelo e incluso de orar mientras caminamos.

Jesús, nuestro Señor y Maestro, oró con regularidad, y a menudo durante la noche. Él entiende la importancia y el poder de la oración. La oración, entre otras cosas, nos permite hacer frente a la tentación. Nuestro Señor oró fervientemente al enfrentar la cruz.

De la conversación de la última cena y de las acciones y las palabras de Jesús en el huerto de Getsemaní, su círculo íntimo de discípulos estaba preguntándose probablemente lo que sucedería a continuación. Sin embargo, era tarde en la noche y tenían mucho sueño. Tal vez cerraron sus ojos al tratar de orar. ¡Cuántas veces hemos hecho eso con la misma consecuencia!

Deseamos vivir una vida pura y santa, queremos caminar como lo hizo Jesús y hacer grandes cosas para Él. Sin embargo, las buenas intenciones no son suficientes. Necesitamos disciplinar nuestros cuerpos y fielmente reservar un tiempo para que podamos buscar su rostro y orar.

Después de su muerte y resurrección, los apóstoles aprendieron la importancia de la oración. Oraron regularmente dos o tres veces al día. Se nos anima a orar con fe. Orar todo tipo de oraciones en todas las ocasiones durante el día nos permite permanecer en Él. A menudo no sabemos cómo o por qué orar; el Espíritu Santo hace nuestra oración en y para nosotros; El ora a través de nuestros suspiros sin palabras, en forma de gemidos inclusive. Él aboga por nosotros en armonía con la voluntad de Dios (Romanos 8: 26-27). ¡Qué mejor manera de orar que esto!

No puede haber ningún poder verdadero ni reino ni la vida cristiana victoriosa sin mucha oración diaria.

O Señor, ayuda a cada uno de nosotros a que apartemos al menos una hora al día en alabanza, oración y estudio de la Palabra de Dios. En el nombre de Jesús, amén.

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