martes, 4 de julio de 2017

DELEITE EN DIOS




Salmos 37:4
"Deléitate asimismo en Jehová,
Y Él te concederá las peticiones de tu corazón."


La enseñanza de estas palabras debe parecer muy sorprendente para aquellos que son extraños a la piedad vital, pero para el creyente sincero es sólo el recordatorio de una verdad reconocida. La vida del creyente se describe aquí como una delicia en Dios. Las personas impías y los que no toman en serio a Dios nunca ven como algo gozoso el buscarlo. 


Para ellos una carga, un deber o una obligación, pero nunca placer o deleite. Si se hacen parte de una religión, es bien para ver qué puedan ganar con ello, o bien porque no se atreven a hacer otra cosa. La idea del deleite en Dios es tan extraña para la mayoría de los hombres, que no hay dos palabras en su lenguaje más separadas que "santidad" y "deleite". Pero los creyentes que conocen a Cristo, entienden que la alegría y la fe están tan bien unidas, que las puertas del infierno no pueden prevalecer para separarlas. 

Aquellos que aman a Dios con todo su corazón, encuentran que sus caminos son caminos agradables, y todos sus caminos son paz. Los santos descubren en su Señor que tales alegrías, tales delicias abrumadoras, tales bendiciones desbordantes, le servirán para que, lejos de servirle de costumbre, lo sigan aunque el mundo no lo busque. No tememos a Dios por ninguna compulsión; Nuestra fe no es un atado, nuestra profesión no es esclavitud, no somos arrastrados a la santidad, ni conducidos al deber. No, nuestra piedad es nuestro placer, nuestra esperanza es nuestra felicidad, nuestro deber es nuestro deleite.

El placer y la verdadera religión son tan aliados como la raíz y la flor. Tan indivisibles como la verdad y la certeza. Son, de hecho, dos joyas preciosas que brillan lado a lado en un marco de oro.


"Es cuando probamos de Su amor, que nuestras alegrías crecen divinamente, indescifrables como las de arriba, y el cielo comienza en la tierra"

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