sábado, 1 de julio de 2017

NOS SALVÓ



2 Timoteo 1:9
"Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos."


El apóstol usa el tiempo perfecto y dice: "Quien nos ha salvado". Los creyentes en Cristo Jesús son salvos. No son considerados como personas que están en un estado de esperanza, y que en última instancia pueden ser salvos, sino que ya están salvos. La salvación no es una bendición para ser disfrutada sobre la cama moribunda, o para ser cantada en un estado futuro anterior, sino una materia que se obtiene, se recibe, se promete y se disfruta ahora. 


El cristiano está perfectamente salvado en el propósito de Dios. Dios lo ha ordenado para la salvación, y ese propósito es completo. Él es salvo también en cuanto al precio que se ha pagado por él: "Está consumado" era el grito del Salvador antes de morir. El creyente también está perfectamente salvo en su cabeza del pacto, pues al caer con Adán, también así vive en Cristo. Esta salvación completa va acompañada de un santo llamamiento. Aquellos a quienes el Salvador salvó en la cruz son a su debido tiempo llamados eficazmente por el poder de Dios el Espíritu Santo a la santidad: ellos dejan sus pecados. Ellos tratan de ser como Cristo. Ellos eligen la santidad, no por ninguna compulsión, sino por el impulso de una nueva naturaleza, que los lleva a regocijarse en la santidad tan naturalmente como antes se deleitaban en el pecado. 

Dios no los escogió ni los llamó porque eran santos, sino que los llamó para que fueran santos, y la santidad es la belleza producida por su mano de obra en ellos. Las excelencias que vemos en un creyente son tanto la obra de Dios como la expiación misma. Así se manifiesta muy dulcemente la plenitud de la gracia de Dios. La salvación debe ser por gracia, porque el Señor es el autor de ella: ¿y qué motivo, sino la gracia, podría moverlo para salvar al culpable? 

La salvación debe ser por gracia, porque el Señor obra de tal manera que nuestra justicia está para siempre excluida. Tal es el privilegio del creyente: una salvación presente. Y tal es la evidencia de que cada uno de los salvos somos llamados a una vida santa.

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