miércoles, 25 de octubre de 2017

MILAGRO DE GRACIA


Marcos 16:9
"Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios."


María de Magdala fue víctima de un terrible mal. Estaba poseída no sólo por un demonio, sino por siete. Estos terribles reclusos causaron mucho dolor y contaminación al pobre marco en el que habían encontrado un alojamiento. El suyo era un caso desesperado, horrible. Ella no podía evitarlo, y tampoco la podía ayudar nadie en el mundo. Pero Jesús pasó por su ciudad, y pronunció la palabra de poder, y María de Magdala se convirtió en un trofeo del poder sanador de Jesús. 


Todos los demonios la abandonaron. ¡Qué bendita liberación! ¡Qué cambio tan feliz! ¡Del delirio al deleite, de la desesperación a la paz, del infierno al cielo! De inmediato se convirtió en una constante seguidora de Jesús, capturando cada una de sus palabras, siguiendo sus pasos tortuosos, compartiendo su penosa vida; y con ello se convirtió en su generosa ayudante, primero entre aquella banda de mujeres sanadas y agradecidas que le servían. 

Cuando Jesús fue levantado en la crucifixión, María permaneció participante de su vergüenza: la encontramos por primera vez desde lejos, y luego nos acercamos al pie de la cruz. Ella no podía morir en la cruz con Jesús, pero se paró lo más cerca que pudo, y cuando su bendito cuerpo fue derribado, observó cómo y dónde se había puesto. Era la fiel y vigilante creyente, la última en abandonar el sepulcro donde Jesús dormía, la primera en llegar a la tumba en la mañana, tumba de donde nuestro Señor se levantó. Su santa fidelidad la convirtió en una observadora favorecida de su amado Rabbí, que se dignó llamarla por su nombre y hacer de ella su mensajera de buenas nuevas para los temblorosos discípulos y Pedro. 

Así la gracia la encontró endemoniada y la convirtió en ministra, echó fuera demonios y la dio la gracia de contemplar ángeles, la rescató de Satanás y la unió para siempre al Señor Jesús. ¡Que yo también sea un milagro de gracia!

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