jueves, 1 de marzo de 2018

LA ORACIÓN



Lamentaciones 3:41
"Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos;"


El acto de oración nos muestra nuestra indignidad, que es una lección muy saludable para seres tan orgullosos como nosotros. Una verdadera oración más allá de ser un inventario de deseos, es un catálogo de necesidades, una revelación de la pobreza oculta. El estado más saludable de un cristiano es estar conciente de lo vacíos que somos por nuestra cuenta y estar constantemente dependiendo del Señor para los suministros; ser siempre pobre en sí mismo y rico en Jesús; débil personalmente, pero poderoso a través de Dios para hacer grandes hazañas; y de ahí el uso de la oración, porque, si bien adora a Dios, pone a la criatura donde debería estar, en el mismo polvo. 


La oración es en sí misma, aparte de la respuesta que aporta, un gran beneficio para el cristiano. A medida que el corredor gana fuerza para la carrera mediante el ejercicio diario, así lo hace espiritualmente la comunicación con Dios. La plegaria ciñe los lomos de los guerreros de Dios y los envía al combate con sus nervios preparados y sus músculos firmes. La oración es la mano levantada de Moisés que derrota a los amalecitas más que la espada de Josué; es la flecha disparada desde la cámara del profeta que presagia la derrota a los sirios. La oración une la debilidad humana con la fuerza divina, convierte la locura humana en sabiduría celestial y otorga a los mortales atribulados la paz de Dios. 

¡No sabemos lo que la oración no puede hacer! Te agradecemos, gran Dios, por el propiciatorio, una prueba de elección de tu maravillosa misericordia. ¡Ayúdanos a usarla correctamente a lo largo de este día y de la vida!

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