Pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Ro 8:2
sábado, 10 de marzo de 2018
REDENCIÓN
Éxodo 34:20
"Pero redimirás con cordero el primogénito del asno; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. Redimirás todo primogénito de tus hijos; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías."
Cada criatura primogénita debía ser del Señor, pero como el asno era inmundo, no podía ser presentado en sacrificio. ¿Entonces que? ¿Debería permitirse que se liberara de la ley universal? De ninguna manera. Dios no admite excepciones. No quedaba otra vía de escape que la redención: la criatura debe ser salvada mediante la sustitución de un cordero en su lugar; o si no se canjeaba, debía morir. Tremenda lección la que encontramos hoy en un versículo que quizás no nos suene muy familiar en esta época.
Ese animal inmundo soy yo; soy justamente propiedad del Señor que me hizo y me guarda, pero soy tan pecaminoso que Dios no me aceptará sólo así; el Cordero de Dios debe estar en mi lugar, o debo morir eternamente. Que todo el mundo sepa de mi gratitud a ese Cordero inmaculado que ya sangró por mi, y por eso me redimió de la maldición fatal de la ley. Seguramente no hay comparación entre el valor del alma del hombre y la vida del Señor Jesús, y sin embargo el Cordero muere, y el hombre se salva.
Mi alma admira el infinito amor de Dios para mi y para toda la raza humana. ¡El hombre se compra con la sangre del Hijo del Altísimo! El polvo y las cenizas se canjearon con un precio muy superior a la plata y el oro. ¡Qué condena había sido la mía si no se hubiera encontrado una redención abundante!
Inestimablemente querido es el Cordero glorioso que nos ha redimido de la perdición y la muerte. ¡Bendito sea!
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